QUIRUVILCA: PUEBLO DE HISTORIAS Y LEYENDAS

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Dicen que el “Muki” existe y vive en los socavones de Quiruvilca. Es el guardián de la plata, el cobre y el bronce. Es muchas veces amigo y otras, enemigo de los humildes mineros. A través de sus pactos uno puede vivir en medio de la fortuna, o en todo caso en medio del infortunio. Esto depende si lo abordas cuando el “Muki” está de buen humor, o con humor de los mil demonios, eso dicen los mineros.

Dicen que es pequeño y jorobado, de piernas cortas y delgadas, de ojos grandes y redondos.

Lleva en la cabeza una linterna que alumbra sus pasos y advierte su presencia.

La mina es tan vieja como el pueblo, y el “Muki” es tan viejo como la mina”. Lo que dicen del “Muqui” se transmite de generación en generación. Perdura en la memoria de los más pequeños y de los más viejos quiruvilcanos.

Ya todos saben que anda solo, de qué se alimenta y dónde se cobija. Los mineros cada vez que se cruzan atisban de reojo y se pasan de largo. No le dicen nada, porque si lo encuentran de mal humor, con una cachetada los haría ver estrellitas y probable no regresen de ese mundo de estrellitas y angelitos.

Tal vez por eso nadie se atreve a pactar con el “Muki”, por el miedo a las cachetadas, o porque les puede ofrecer toda una vida de infortunio, de desgracias, quizás hasta la muerte. ¿Pero si está de buen humor y les ofrece fortuna y felicidad? ¿Cómo saber su estado de ánimo? Nadie lo sabe.

El domingo pasado, don Hermeregildo, viejo regañón e incrédulo, que dice no existe el famoso “Muki”, ingresó a trabajar a la mina. Se colocó su casco amarillo, su sacón fosforescente, y sus grandes botas de jebe.

Empezó a picotear la tierra, de pronto observó que el socavón se aclaraba, escuchó unos pasos finos, como de niño. Pensó que de repente era su hijo, dejó de picar el suelo y puso atención a los ruidos generados por los zapatos. Pero en tanto don Hermenegildo dejó de picar la tierra, también aquél misterioso ruido dejó de moverse. Pero el brillo dorado alumbraba notoriamente, era distinta a la de don Hermeregildo.

En ese momento llamó dos veces a su hijo. La tercera, gritó. No respondía. Se empezó a alarmar sobremanera, de su frente chorreaba sudor, sus manos habían mojado el mango del pico, seguramente era causa del miedo, qué otra cosa más se puede pensar, ¿por el trabajo? Si recién había dado 10 o 15 picotazos al suelo. A ver pues diga que no existe el “Muki”

En breves minutos, cuando don Hermeregildo se emprendía a investigar quién se ocultaba detrás de ese muro. Aquel resplandor de luz se adelantó y dio el primer paso. Se le acercó tan cerca que el potente brillo de la linterna del “Muki” no le permitía ver detalladamente.

Alcanzó a dar dos vueltas a su alrededor y empezó a disertar, le confirmó que era el guardián de aquella mina. Y que no permitía que lo molestasen los domingos, porque ese día era el único día que podía descansar cómodamente: sin ruidos y sin gritos de gente. Enfadado le advirtió que por ningún motivo nadie debe acercarse por los socavones ese día. Y Por haberle despertado le castigó pidiéndole sus más preciados becerritos como ofrenda, durante una semana, uno diariamente. “Pero señor-- le increpó don Hermeregildo, yo sólo tengo tres becerritos. Soy pobre, además tengo una familia que mantener, cuatro hijas”
“¡Silencio…! No me tienes que objetar”- se enfureció más ‘el Muki’- acata las órdenes y punto viejo renegón”. Tú vendrás a ofrecerme diariamente un becerro y como recompensa tendrás vida eterna. De lo contrario me veré obligado a dejarte en el infierno toda la eternidad.

Don Hermeregildo, dejó su pico, y salió como alma que lleva el diablo. Al llegar a su casa le contó a su esposa al detalle. Pero don Hermeregildo no creía en esas cosas. Pensó que quizás era un sueño de mal gusto. No hizo caso. Dejó pasar una semana y nunca llevó la ofrenda al malvado “Muki”. Su esposa que era 20 años más joven que el viejo setentón, intentaba convencerlo todos los días. Ella sí creía en el pacto, y tenía miedo a perderlo para siempre.

“No te preocupes mujer, no me va a pasar nada”, le decía. Parecía estar tranquilo, despreocupado. Pero tenía miedo. Empezó a temer a la oscuridad, a los rincones grises. Por eso no regresó durante esa semana a la mina. Prefería ir a la cantina a tomar alcohol con sus amigos y a contarles que él sí lo había visto al “Muki”. Muchos le preguntaban si tendría vida eterna, o tal vez fortuna eterna. “Nada de eso”, les decía.

Tal vez si el “Muki” hubiese estado de buen humor, si no lo hubiesen despertado esos picotazos que apuntaba en el suelo el viejo Hermeregildo, otra hubiese sido la historia. Quizás el más rico del pueblo, o el más rico del mundo.

Pero estuvo de mal humor. Más aún no hizo caso a su pedido. El “Muki” se enfureció. Durante la semana, a media noche hacía temblar el cerro, removía los cimientos, todo el pueblo se alarmaba. El último día de plazo don Hermeregildo ya no era bien visto en el pueblo, todos sabían que había pactado con el “Muki”, pero nadie sabía que clase de pacto. Pensaban que eso era el motivo de los fuertes remezones.

El domingo, último día del pacto, a media noche muchos pobladores juraron verlo a don Hermeregildo deambulando por las calles, pero esta vez estaba bien vestido, de saco y de corbata. Todos se extrañaban. “Seguro es un regalo del Muki”, murmuraban.

Panchito de 12 años, el hijo “shulca” de don Hermeregildo salió de su dormitorio en la madrugada a orinar y se chocó con su padre en el corredor de la casa, pasó de frente, y no le dijo nada, sólo sintió una fuerte energía que rozaba su delicado rostro. Panchito regresó a su cama pero de reojo volteó a ver a su padre, ahí estaba roncando como los chanchos. Pero ya no había esa lujosa ropa que vestía. ¡Qué extraño!—se admiraba—
¿Adónde habrá salido vestido así?

Al día siguiente don Hermeregildo, amaneció distinto. Más cariñoso con sus hijos, con su esposa, y con ganas de volver a trabajar. Habían pasado una semana desde que vio al “Muki” y no había pasado nada. Seguía vivito y coleando. Se despidió de todos, como si nunca fuera a regresar y de broma les dijo a sus hijos, “hijos míos nunca vayan a trabajar los domingos a la mina porque va a encontrarse con “Muki”, el “Muki” es malo.

Agarró su pico y se dirigió nuevamente a la mina. En el camino los alcanzó a sus compañeros de trabajo, se saludaron y continuaron. Al llegar a la boca del socavón, don Hermeregildo sintió escalofríos, se detuvo un momento y siguió la huella de los rieles. El resto de mineros continuaron adelante mina adentro. De pronto se escuchó un ruido estridente que salía de la mina y se expandía por todo el cerro de Quiruvilca. La mina había colapsado. Pero sólo uno ha muerto.

Se había cumplido el pacto del “Muki”. Se robó el alma de don Hermeregildo y lo llevará por el purgatorio y el infierno. El resto quedó atrapado por unas horas y salieron ilesos de ese trágico derrumbe.

5 Responses to “QUIRUVILCA: PUEBLO DE HISTORIAS Y LEYENDAS”

  1. Anónimo12:36 p.m.

    hay algunas partes en las que no estoy de acuerdo ya que yo soy de quiruvilca y sé el mito del muki y por eso que concuerdo con este relato

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  2. en tu centernario se hablará más de tí pueblo amado...

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  3. en tu centernario se hablará más de tí pueblo amado...

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  4. Esta historia me conto mi abuelito Segundo el trabajo en la empresa por cierto es muy bonita.

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  5. Ayo no ps gracias por contarnos la leyends

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