ALEJANDRA, SIGUES SIENDO MI AMOR

by in , 1



" Hoy, tengo 90 años y hace 70 que frecuento

esta maldita laguna que me

quitó a mi único amor"

Recuerdo con mucha nostalgia aquella vez que con un grupo de amigos decidí enrumbar una nueva experiencia, partir a un empinado y misterioso cerro denominado Chochoconday. La hora de salida fue casi a las dos de la mañana, cuando el cielo yacía en plena oscuridad, como si estuviese ausente. Nosotros apenas tanteábamos el sinuoso camino.

Muchas historias se han tejido alrededor del Chochoconday. Algunas más fantásticas que otras, sin embargo ambas causaban hormiegueos y escalofríos. Quizás temíamos que pudiera sucedernos alguna tragedia pero ninguno de nosotros lo demostraba.

Decían que es un cerro maligno, voraz y resentido. Su aspecto no me parecía atemorizador; más bien, benigno e indefenso como para pasar un día de entretenimiento y placer. Inolvidable.

A unos metros de la cima, existía una inmensa laguna donde parecía abarcar todo el cielo azul. En su centro había una pequeña isla y allí se levantaba una importante capilla, como de un dios omnipotente. Se veía muy lejano. Desde allí aseguraban muchos lugareños, emerge una misteriosa princesa en cuyo cuello penden unos hermosos brillantes de oro que hipnotizan cualquier mirada. Dicen que luce un vestido frondoso como de princesa de hadas. Además detallaban su impresionante belleza al extremo de atraer a hombres y mujeres para llevarlas con ella a las entrañas de esa enorme laguna.

Yo tenía mucha curiosidad por saber si era cierto todo lo que decían. Pero tampoco por mi curiosidad quería quedarme toda la eternidad en ese oscuro mundo de truchas y anfibios. En realidad no creía nada de lo que afirmaban, más bien estaba convencido de que eran tan solo mitos de nuestros ancestros que para darse algunas respuestas a sus interrogantes, las inventaban para tranquilizarse.

Mejor olvidé todos eso misterios y seguimos hacía adelante, hasta la cima. A duras penas arribamos el majestuoso lugar, un ambiente poblado de neblina, casi no se veía la totalidad de la laguna, pero era inmensa. Sentía un clima frío, a la vez atrayente. Al encumbrar sentiamos un poco de calor, todos teníamos la sensación de querer bañarnos, pero el miedo nos invadía de no poder salir de ella.

Nuestro agotamiento era evidente, casi cuatro horas de trajín, lo bueno es que descansamos a unos metros de la orilla, donde habían unas chullpas planas y poder sentarnos.

Después jugamos un partido de fulbito mixto. Alejandra, de talla bajita, pelo rizado y ojos de capulí era la mujer que siempre soñé. Ella jugó en el equipo contrario y cada vez que nos enfrentábamos yo me dejaba quitar el balón, era solo para darle el gusto y elevar su autoestima futbolística. Después de esta aventura había pensado declararle todo mi amor, todos mis sentimientos, mientras tanto no.

Al promediar las 12 del medio día sacamos de nuestras mochilas el fiambre y degustamos suculentos platos típicos como el cuy frito, propio de la zona; y el saladito jamón de puerco.

Más tarde, los vientos nos azotaban como a esclavos romanos, y cada vez eran más intensos, como si nos estuviera advirtiendo de un trágico presagio; creo que entendimos el mensaje, pues a las 4 y 30 de la tarde emprendimos el regreso. Alistamos nuestros equipajes y comenzamos a descender. Todo estaba bien. De pronto busqué a Alejandra para ayudarla con su mochila y comenzar a afanarla hasta llegar a la casa, pero ya no había. Pregunté a todos y nadie sabía nada. Regresé inmediatamente a la laguna y observé a la distancia que ella se acercaba más y más a la orilla. Por un momento pensé que se había equivocado el camino de retorno.

La veía como hipnotizada. Cada paso que daba la sentía más distante. La llamaba, gritaba, silvaba, sin embargo, más avanzaba hacia el centro de la laguna. Yo quería acercarme y hacerla reaccionar, pero me detuvieron de manos y pies, ella ya estaba encantada, eso me detuvo. Era otra. Nunca dio vuelta a mirarnos. Alejandra, la que iba a ser mi futura esposa, a la que había esperado tanto tiempo para este momento se me escapaba de las manos. Me la quitaba las entrañas de esta laguna. En esos momentos el cielo tronaba tan fuerte como si fuese a caerse. Comenzó llover toscamente y la laguna se embravecía cada vez más cuando la llamaba a mi Alejandra.

Te odio y te maldigo grité impotentemente, llévame contigo para estar al lado de mi Alejandra. Llévame, la suplicaba. Nunca me llevó. Han pasado los días, los meses, los años, casi 70 y nunca me lo devolvió ni por compasión. Hoy, tengo 90 años y hace 70 que frecuento esta maldita laguna que me quitó a mi único amor. Cada año que arribo le canto a mi amada, la veo chapalear alrededor de aquella isla. Pero yace encantada. La contemplo hermosa como siempre. Pero no puedo llevármela.

One Response to “ALEJANDRA, SIGUES SIENDO MI AMOR”

  1. Anónimo2:55 a.m.

    interesante, realmente muy rico el lenguaje empleado ... y es que el amor siempre ha sido más fuerte que la resignación

    ResponderBorrar