UN VIAJE A LOMO DE YEGUA

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Foto: cortesía de transportesamaro.com
Cuando yo era niño me gustaba hacer largas caminatas, escalar cerros empinados y recorrer los ríos profundos que había en aquel pueblo lejano.

Estas aventuras las hacía con mi familia durante la madrugada, momentos cuando la luna resplandecía, y los perros todavía dormían en su lecho; otras oportunidades, después de las 8 de la mañana, cuando apenas el sol asomaba detrás de la cordillera, destino al que nos dirigíamos.

Los recuerdos más emotivos son aquellas mañanas, en las que Chayito, una prima mía, alegre y encantadora aparecía repentinamente en mi cama y me llamaba al oído:
– Lobelto…! Lobelto despierta..!, vamos a Chiyacanday a comel cañas y a cashal palomitas...

Yo apenas escuchaba “cazar palomitas” y me emocionaba profundamente, aunque sabía que era estrategia de la tía Elena para llevarme a sus fundos y hacerme trabajar gratis. Eso no me importaba, yo quería aventuras como don Quijote, el personaje de Cervantes. Me levantaba presuroso de la cama y acomodaba mi fiambre. Llenaba mi alforja con bastante pan, despues me despedía de mamá. A las 8 de la mañana comenzábamos la caminata. A pocos metros de la casa comenzabamos a subir el estrecho camino de herradura. Pero antes me encomendaba a San Judas. A decir verdad yo era muy creyente.

Cada cierto tramo durante la cuesta nos deteníamos para descansar, en especial yo, porque mi prima la Chayito ni una gota de sudor siquiera despedía, pues se desplazaba a lomo de bestia, yo era el único que sudaba la gota gorda.

Después de todo había cosas rescatables, por ejemplo nos sentábamos sobre cualquier madero, a la mitad del cerro y saciábamos nuestro apetito interior, observando el amplio paisaje natural que se extendía alrededor de aquel pueblo lejano. La verde vegetación la embellecía, parecía un cuadro de arte. Además podíamos divisar la casa de mamá y la de mi abuela. En realidad me invadía una alegría inmensa.

Más arriba, a escasos minutos de llegar al tan esperando fundo, teníamos que pasar por el cementerio del caserío Chillacanday. Debo ser franco nunca me agradó acercarme a estos lugares misteriosos. Antes de cruzar el cementerio yo siempre me agarraba de la mano de la tía Elena y evitaba respirar ese ambiente fúnebre, a muerto.

Al finalizar el cementerio, comenzaban las tierras del fundo. Los peones sabían con anticipación que llegaríamos con los pollinos de carga para las cosechas de maíz. Estos hombres poco agraciados, de muelas amarillas y rostros demacrados, tenían la costumbre de concentrar energías antes de realizar la tarea. Extendían la coca sobre sus muslos y escogían las hojas más grandes. En cuestión de minutos el jugo verdoso de la coca se les escurría por los labios. Les hacía muy fuertes. Machos. Parecía que otra vez se les devolvía la juventud a estos añosos hombres.

Mientras tanto, Chayito y yo saltábamos y corríamos esas laderas como dos cabritos inquietos. El monte era nuestro refugio. Nos escondíamos detrás de unas hojas grandes para cazar palomitas, pero nunca encontramos un nido o algún pinchón herido siquiera. Volvíamos a la hacienda plagados de tristeza.

Al cabo de las 5 de la tarde los peones cargaban el maíz de la cosecha sobre los pollinos y emprendíamos el retorno a la ciudad. A las 6 y 30 de la tarde, oscureciendo, bajábamos el camino sinuoso a filo de montaña. Esta vez yo iba a bordo de la yegua. Desde el lomo miraba hacia abajo y era un abismo, en las faldas discurría un río caudaloso. “Un resbalón y no salgo vivo de esta”, pensaba. Mejor me bajo de la yegua cavilé. En esos momentos cuando iba a pedirle a uno de los peones que me bajase de la yegua, ésta resbaló repentimante hacia el abismo y caí primero a la ladera. Rodé y rodé, daba vueltas, volantines, cerré mis ojos mejor, porque la tierra se movía ligeramente. Escuché algunas voces de la Chayito, de la tía, de los peones, recordé los bonitos momentos que pasamos juntos. Todo en un minuto. Dicen que caí al río, justo en un pozo medianamente profundo. Me encontraron después de 10 minutos en el fondo de éste, casi muerto. Ya no respiraba.

Cuando desperté ya habían pasado varios días. Dicen que estuve en estado de coma. Yo solo recuerdo que rodaba hacia el río, la tierra giraba conmigo, hasta que un fuerte golpe me di en la cabeza. Nada más. Después yacía en mi cama con el cuerpo lastimado como si me hubieran torturado con un palo.

Durante las noches, cuando, supuestamente todos dormíamos, yo no podía, me producía dolor y nostalgia. Duraba horas despierto hasta pegar las pestañas.
El tiempo me ha ayudado a olvidar esta situación poco agradable. Ahora es un recuero lejano, les cuento por si acaso algún día se me olvide y pase la página.

6 Responses to “UN VIAJE A LOMO DE YEGUA”

  1. dime es tuyo el relato amigo Tylor.
    Está bravazo pata, lleno de mucho color, nostalgía, fantasia,etc.

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  2. Muy bueno amigo parece que lo mejor de la literatura son los mejores recuerdos.
    Buen principio para algo grande. no es indigenista ni tradicional solo un aire que lo deja en un contexto sin corriente literaria específica.

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  3. Como dice el autor de "los cachorros", las buenas historias para la literatura parten de momentos tristes. La felicidad y la literatura nunca se llevarán de la mano. Continua relatando, continua.

    saludos

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  4. Hola, repasando mi ranking descubrí el tuyo que está un peldaño arriba, y al leer la descripciónd e tu blog, acerca de crónicas y relatos (que es lo que yo hago), intenté leerte, pero no pude porque salen muchos elementos emergentes que de verdad incomodan la lectura. Si pudieras eliminarlos porque además de estorbar son poco serios. Espero que tomes este consejo de la mejor manera. Y ojalá pueda leerte y darte una opinión. Un abrazo, desde Lima.

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  5. Anónimo12:02 a.m.

    hola me gusta mucho tu relato ,en la literatura las mejores historias parten de las experiencias persoinales, yo tuve una experiencia similar por andar a lomo de caballo mi caso fue a lomo de BURRO jajaja.

    suerte y a publicar mas relatos amigos

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  6. Anónimo12:17 a.m.

    Esta experiencia es verídica me pasó cuando tenía 6 años, me dirigía con mi madre a unos trrenos de mi tia, para ayudar en las cosechas estaba muy cansada y mi madre me hizo subir al LOMO DEL BURRO por que no podíamos detenernos a dscansar, yo estaba muy asustada yel animal empezó a correr un buen trecho hasta llegar a unas plantas espinosas donde quedé colgada luego caí encima de una roca golpeandome la cabez.

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