MAÑANA TE CUENTO EL RELATO

by in 1


Llevo dos horas con los brazos sobre mi escritorio y no sé que mierda escribir. Juego con el lapicero, le doy vueltas como una hélice, lo llevo a mi boca, lo muerdo y punteo la hoja en blanco. De pronto se me ocurren muchas historias pero, creo, ninguno merecen ser escritos.

Apenas empiezo a escribir dos líneas y arrugo la hoja, pienso que mi relato no les va a interesar. Medito un rato se me ocurre una historia, ésta sí es interesante, pero a mitad de relato acabo vulgarizándolo con vocablos soeces y estridentes.

Otra vez arrugo el papel y empiezo a escribir en otra hoja.
Busco concentrarme una y otra vez, pero los caprichosos zancudos merodean a mi alrededor. Me molestan cada vez que se posan en mis brazos y en mi rostro. Pero no importa sigo escribiendo, bajo la luz gris en medio de una brisa cálida.

Al frente mío se ubica mi estante de libros. De donde en cada momento presiento que alguien me observa, quizás sean los fantasmas de cada escritor que descansa desde hace ya buen tiempo en medio de las polvorientas páginas.

Mientras tanto, sigo escribiendo pausadamente, borro frases, párrafos, retomo la escritura y ya lo estoy dando forma a la historia.


Es la historia de un amigo que un día quedó huérfano de padre y madre. Solo, desamparado quedó en este mundo. Mundo tan cruel que golpea a cachetadas a los jóvenes que intentan alargar el paso y ganarle a la pobreza.

“Juancho” así se llama mi amigo, emigró a la capital tan pronto quedó solo. Trajinó día y noche en busca de cobijo. Se humilló. Mendigó. Lloró frente a la perversidad. No obstante mantenía una luz de esperanza de querer sobresalir y a no declinar en momentos en que el mundo le daba la espalda.

Hoy en día es un próspero trabajador que se ha ganado el respeto y la confianza de una empresa exportadora de textiles. Pronto montará su propia empresa, también de textiles.

Creo que es una buena historia de superación personal, un ejemplo a seguir. Es una historia interesante que en otro post detallaré.

La verdad es que han pasado las horas sin darme cuenta. Observo mi reloj son las cinco de la mañana. Esta noche siento que no he escrito nada. Sólo intentos de relatos y narraciones que acabaron arrugados en la papelera.

Apago la luz de mi sala y camino en medio de la oscuridad, tanteando el piso y calculando la distancia de mi recamara. Con mi ropa puesta me lanzo sobre la cama, con las manos abiertas, como esperando que el sueño venga a mi encuentro. Hasta mañana.

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